—Buenos días, qué tal estás.
—Bien —le sonrió.
—Sabes, el otro día conocí al padre del marido de tu amiga
Silvia. Un tipo encantador.
Le volvió a sonreír mientras pensaba: «esta tipa es un
tostón. Ahora me va a decir que es donde trabaja el suegro de mi amiga, una
inmobiliaria que ella conoce porque en la misma curra la hija de una vecina, íntima
suya de toda la vida».
—Y a que no sabes qué, vende unas casas chulísimas, es la
oficina de Cecilia, la hija de Paqui, la que se compró el chalet con piscina en
esa urbanización tan pija.
Le ofreció una nueva sonrisa como aprobación a la historia
que contaba en tanto que, mirándola a la cara, se preguntaba cuándo detendría
su discurso de pesada parlanchina. «Ahora me va sacar a relucir algún tema de
su salud», pensó.
—Pues nada que vengo del médico porque resulta que tengo una
fractura metacarpiana. ¿No me ves la mano hinchada? Así llevo toda la semana,
sin poder lavar un plato. Menos mal que tengo a Jorge, el pobre se encarga de
todo. Me han mandado reposo y me van a hacer unas pruebas para saber si ha sido
por tanto esfuerzo que la mano se ha cansado o porque se me gastan los huesos
que una ya va para mayor. Y después lo de la taquicardia, ¿sabes? Me dan
palpitaciones y me pongo malísima, vamos como si me fuera a dar un infarto.
Y mientras la observaba mover los labios pero ya sin
escucharla, discurría: «lo que me importará a mí su metacarpiano inflamado o
deshinchado, el de su marido y el de su hijo, sus supuestas palpitaciones, su
venta de Thermomix que además de a su suegra y a su hermana no le habrá vendido
ninguna más a nadie o que ahora, se haya hecho influencer y se dedique a vender dietas milagrosas para el
adelgazamiento. Precisamente ella que no está gorda, qué va para nada, ya se la
podía aplicar.
—Te veo muy callada ¿te pasa algo? —le resopló.
—Qué me va a pasar —contestó su boca porque su mente decía
otra cosa diferente—, que una anda pensando en las cosas que tiene que hacer.
—A mí me pasa igual —explicó azorada—, así que me voy que no
quiero perder más tiempo. Hasta luego.
Entonces pensó: «¿hasta luego? ¿piensa venir luego? ¡qué
horror!», y la miró empequeñecerse en la trama urbana con el alivio de quien
sale a la superficie del agua a respirar.
Dejó su mirada perdida en el infinito hasta que se
sorprendió. La vio detenerse con otra mujer y se apesadumbró: «pobre víctima».
2 apostillas:
Hay chismosas/os absolutamente desesperantes :-)
Un abrazo, y felices fiestas de Navidad
Necesitaba desahogarse, pero no encontró con quién hacerlo.
Por otro lado, pensé que podría estar hablando con su reflejo o algo así.
Saludos,
J.
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