Estaba comprobando los números de la lotería de Navidad. Pensaba con parsimonia cada guarismo, fijándose con detenimiento en todas las cifras del décimo. Numerología, discurrió. Un alfabeto numérico que descifra un lenguaje de azares. Traducir ese idioma digital a palabras. Leo, interesado en aquella lectura, tomaba pequeños sorbos de mate concentrado en el listado de boletos premiados, repasando la estadística fortuita que determinó el sorteo.
Leovigildo fue bautizado en un templo diseñado bajo la proporción aurea, su padre era un abonado al 06174, su casamiento está fechado con dobles dígitos y sus hijos nacieron en días de números primos. El cuento de Borges ‘La lotería en Babilonia’ es su Biblia particular, es un enamorado de los números romanos y del número filosófico, pero no tiene ninguna consideración por los dígitos mágicos ni los espirituales.
«El cero dilata, el ocho pesa más, los tres gramos sufre una reducción de algunos microgramos…», meditaba.
Su destreza en el arte de imaginar combinaciones lo había llevado a no tomar ninguna decisión que no fuera el resultado de una meditación numeral.
Y esa mañana, tuvo una visión:
«Al principio el número era simple. Observado fríamente era solo un dígito. A la mañana siguiente se duplicó, pero siguió siendo una cifra inofensiva sin más, una pareja ordinaria. Para la noche había formado un trío y aquello le hizo gracia, siendo la hora que era. De madrugada le pareció escuchar un murmullo y, al levantarse, se apresuró para ver que el asunto creció hasta ser una familia numérica. Incluso se alegró de no estar tan solo. Los guarismos continuaron engordando con el paso de los días y en poco tiempo echaron raíces cuadradas y eclosionó la numerología, aumentando exponencialmente y con tan buen cálculo, que comenzó la crianza de números fraccionarios, trascendentales, complejos, hiperreales, superreales y surreales. Lo peor fue cuando le nacieron los irracionales y, especialmente, los negativos, y llegaron los primos con su alegría. El álgebra de los días se transfiguró en una multiplicación de elementos y su vida en una ecuación irresoluta, derivada de una abstracción logarítmica tan irrefrenable que el espacio euclídeo de su casa se transformó en módulo de un número hipercomplejo, donde permanece internado».
Fue entonces cuando, adivinó con crueldad pitagórica, su aciago destino de número imposible.
3 apostillas:
No confío en mi suerte, mucho menos en la lotería, y ni hablar de la numerología, la psicología, la astrología ni la meteorología...
Saludos,
J.
¿Qué más debemos desechar para no creer en nuestra suerte, si estar vivos es otro perturbable misterio? Tal vez los guarismos existan por destino y no por azar.
Hipercuento imposible pero real. Has acertado la combinación numérica en esta mañana de Navidad.
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