Calima

20.3.22



El cielo descargó una inesperada lluvia anaranjada coloreando la urbe de albaricoque maduro. El polvillo rubicundo tiñó las calles, los árboles, los coches y penetró en las casas anegando con sigilo todas las dependencias, impregnando cada rincón y objeto con una película de limaduras de mandarina. 

Bajo el cielo leonado el asfalto parecía alfombrado de caléndulas, los edificios torres bermejas, las fuentes surtidores melifluos y los parques cuadros donde se fundían ocres, caquis y cobrizos. 

Los habitantes comenzaron, primero a respirar y, luego, a masticar aquel aire azafranado que se les coló por la nariz y por los ojos, y los fue pintando de un tono zanahoria, hasta que se volvieron de arcilla en una ciudad de barro.



2 apostillas:

José A. García dijo...

De una forma u otra regresamos a la tierra. Muy bueno.

Saludos,
J.

Albada Dos dijo...

Bueno, como experiencia, mejor no repetirla mucho.

Un abrazo