Marcelo

22.11.13



Lo encontré por casualidad barriendo en la calle. Su silueta me era familiar a pesar del traje de operario de la limpieza que llevaba puesto. Me pareció un personaje sin luz, apagado de alegría. Al cruzarme con él me reconoció y me saludó amablemente.
Mientras me alejaba intenté medir la distancia entre ese hombre y aquel chaval que nos torturaba cuando éramos niños. Ahora, renqueante de una pierna con la que zanjó un accidente siendo joven, parecía inofensivo.
Sin embargo, en el paisaje de la infancia aparecía como una figura aciaga que nos enredaba en sus artimañas, se mofaba de la chiquillería, inventaba inciertas historias terribles de nuestros familiares y nos enemistaba hasta enfrentarnos.
Observándolo ahora mientras limpia las calles, me parece entender ese sentimiento que atraviesa la vida de lado a lado, el del latido humano.




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