Terrón de azúcar

3.12.23

Alguien vino y me contó al oído esta historia:

 

«Sarmiento, ya no recuerdo su nombre porque la sonoridad de su apellido y las rimas insistentes de los compañeros dejaron mayor huella en mi memoria que su nombre, digo Sarmiento era un niño rubito, aseado, con un rostro más aniñado que los del resto del grupo, aunque dotado de una cierta malicia más bien era verbal, dado que su físico estaba limitado por una estructura metálica que enjaulaba su pierna derecha, necesaria para poder caminar con dificultad, aunque él intentaba hacer casi todas las diabluras que el resto de los niños, ideando muchas de las gamberradas que los demás ejecutaban, concebidas perversamente como para hacer ver, frente a su desventaja física, la superioridad de su maldad, una especie de venganza frente a la desgracia a la que el mundo le había sometido y que devolvía con creces, a pesar de que, por su indumentaria, cuando en invierno vestía un elegante abrigo negro al alcance de pocos, y por su modo de hablar, no parecía tener una vida muy común con la nuestra cargada de penurias, en cuanto que Sarmiento se mostraba desacomplejado y exuberante, lo miraba y me daba pena al pensar cómo me sentiría con esos hierros y las pesadas botas ortopédicas, más aún al saber algo relacionado con un terroncito de azúcar pintado con unas gotas rojas que nos daban a los niños y que él no tomó por descuido de sus padres».



6 apostillas:

Albada Dos dijo...

Muy inquietante.

Un abrazo

Joselu dijo...

¡Viva la hipotaxis!

Ana dijo...

Me he quedado intrigada con lo del terroncito de azúcar, no sé si le falto algo material o más cariño y atención.

francisco m. ortega dijo...

La vacuna Sabin se suministra por vía oral con unas pocas gotas depositadas en un terroncito de azúcar o bajo la lengua y da inmunidad para toda la vida. Fue desarrollada por Albert Sabin como la primera vacuna oral atenuada segura y eficaz,

José A. García dijo...

Todos queremos ser, en algún momento, un poco como Sarmiento, para después negarlo el resto de nuestras vidas.

Saludos,
J.

Ulla Ramírez dijo...

Pues yo no querría ser nunca Sarmiento: pobre niño ¿rico? al que sus padres no pusieron la vacuna porque creerían que su posición, por encima de los demás, le convertía en inmune. Cuánto resentimiento puede general algo así.