Cambiar la hora

29.10.17



Siempre recordaré aquella familia, peculiar familia del barrio de mi infancia: los Briones. Su presencia era llamativa porque vivían hacia adentro, hacia esas reglas de intimidad secretas que tanto nos llamaban la atención. 



El clan familiar gobernado por la madre, una mujer alta y corpulenta que lucía una gran cabellera plateada, casi blanca; cuya figura a raíz de la muerte de su hija mayor durante un parto primerizo, se agrandó por su presencia enlutada. Los demás integrantes del núcleo familiar aparecían a la sombra de de la voluntad de aquella mujer. 



Sin ser malos vecinos, entre la chiquillería corrían mil historias fabuladas sobre las cosas que ocurrían en aquella casa. La más famosa de las anécdotas era que, cada noche, se reunía con todos los parientes difuntos en animada charla, y durante horas hablaban de todos los asuntos cotidianos como si aún pertenecieran al mundo de los vivos.



Cuando se produjo en primer cambio de horario de verano, los Briones se negaron a aceptar aquella imposición, porque dada su manera de ser iba contra su naturaleza. Y si alguien les preguntaba qué hora era le respondía lo que su reloj marcaba, explicando que se trataba de la hora antigua y no de la nueva. Algo que nos parecía ridículo y poco apropiado para entrar en esa modernización de los usos urbanos.



Pasados los años no solo los entiendo en su rebeldía y, es más, sino fuera porque ahora son solo trazos de recuerdos, me solidarizaría con ellos y me podría en su lugar, para dar la hora antigua al que pasara por mi puerta. 





1 apostillas:

Juan Poz dijo...

Hasta que lo perdí, por esas desgracias que a todos nos acaecen, llevaba el reloj con siete horas de retraso respecto de la hora oficial. Simplemente le di cuerda -¡dar cuerda...!- a la hora en que estaba cuando mi preConjunta me regaló el suyo, que no usaba...