El hombre eterno

24.2.16



—Señor Chesterton, vivimos en la sociedad del disimulo.
—A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro.
—¿Debemos elegir qué máscara ponernos?
—Desear la acción es desear una limitación. En este sentido todo acto es un sacrificio. Al escoger una cosa rechazamos necesariamente algunas otras.
—¿Dónde está el límite?
—El juego de ponerse límites a sí mismo es uno de los secretos placeres de la vida.
—La delectación está en el juego.
—En todo placer y goce de la vida hay algo ficticio, como un esfuerzo o propósito personal para conseguir que aquello nos dé de veras satisfacción. Esta es la impureza del placer y, al mismo tiempo, una ley de vida.
—¿Y el discernimiento?
—La madurez hace al hombre más espectador que autor de vida social.
—¿Y ese mal de todos los tiempos que es el fanatismo?
—La intolerancia puede ser definida como la indignación de los hombres que no tienen opiniones.
—¿Y la vulgaridad?
— La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta.
—Mejor callar entonces.
—El silencio es la réplica más aguda.
—Y la trascendencia la más lerda. 
—Donde acaba la biología, empieza la religión.



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