Las tres Evas

31.3.24


Arsacio Pizcueta Montijano, un hombre de letras y estudioso de la obra borgiana, se encontraba fascinado por la pieza Tres versiones de Judas. Esta fascinación lo llevó a plantear una trilogía de interpretaciones heréticas sobre la figura bíblica de Eva, a la que llamó Las tres Evas.

Comprometido con una sociedad de estudios cabalísticos, Arsacio se sumergió en una profunda investigación, ahondando en papeles antiguos que nunca habían visto la luz en las academias y museos del mundo. Sus pesquisas lo llevaron a una conclusión sorprendente: al menos hubo tres exégesis de la representación de Eva, dos de ellas fallidas y la tercera la que aparece en las Escrituras.

La primera Eva, según Arsacio, no surgió de Adán. Se trató de una idea concurrente de la divinidad, una forma imperfecta y fugaz, un esbozo que no llegó a concretarse. Era una Eva sin alma, sin libre albedrío, una mera marioneta en el escenario del Edén.

La segunda Eva fue un ser más complejo. Nacida de la costilla de Adán, como la conocemos en la tradición, poseía una mente propia y la capacidad de discernir entre el bien y el mal. Sin embargo, su pecado original la condenó a la mortalidad y al sufrimiento.

La última Eva, la definitiva, aún no había sido revelada. Arsacio la intuía como un ser perfecto, una síntesis de las dos anteriores, que combinaría la belleza y la pureza de la primera con la inteligencia y la libertad de la segunda. Esta Eva sería la culminación del plan deífico, la compañera ideal de Adán y la madre de una nueva humanidad.

Preguntado Borges sobre el asunto, el escritor se mostró intrigado por la teoría de Arsacio. «Es una pensamiento audaz e interesante», comentó, «una averiguación que, sin lugar a dudas, abre nuevos interrogantes sobre la creación del hombre y la mujer». Borges, siempre parco en elogios, reconoció la erudición de Pizcueta Montijano y la profusa comprensión de su trabajo.

Arsacio conoció al rabino Menachem Shlomo Hartman en un viaje a Jerusalén, un hombre sabio y versado en las escrituras, que lo instruyó y le mostró algunos textos primitivos que hablaban de las tres Evas. En estos pasajes, considerados apócrifos por la mayoría de los eruditos, se narraba la historia de las dos Evas imperfectas y la profecía de la tercera.

La incapacidad de Dios para ser mujer era uno de los temas centrales de la indagación de Arsacio. Según él, la plasmación de Eva era un intento divino de comprender y experimentar la feminidad. Las dos primeras Evas fueron fracasos y la tercera, la Eva concluyente, fue la cúspide de este proceso.


Cribados

30.3.24


Piensas lo que has decir, dices lo que esperan oír, oyen lo que quieren escuchar.



Contrariados

29.3.24


A nuestro cerebro le molesta que le lleven la contraria, por la pura pereza de repensar nuevamente.



Nimbos

28.3.24


El camino del mundo lo rodea un extraño halo de extravío y de fascinación.



Impróvidos

27.3.24


Lo impensado que guardamos dentro es lo que más nos suele sorprender cuando aflora.



Respiraciones

26.3.24


Apenas si da tiempo a ventilar la vida entre bocanada y bocanada de aire que tomamos.



Evasivas

25.3.24


Ahora para entenderme busco algunas buenas excusas.



Levitantes

24.3.24


Martín tenía la extraordinaria capacidad de levitar. No se trataba de un vuelo acrobático ni una danza etérea, sino más bien de una ascensión repentina, gradual e imprevista, como una pompa de jabón impulsada por la brisa. Sus pies se desanclaban del suelo por sorpresa, en un instante de quietud o en la ensoñación de un juego.

Se elevaba unos centímetros, apenas lo suficiente para sentir el cosquilleo en las plantas de los pies y la brisa fresca en el rostro. El mundo se transformaba bajo su perspectiva inédita. Era una sensación ingrávida y vertiginosa.

Un día, mientras perseguía una mariposa en el jardín, se elevó más de lo habitual. Sus ojos se llenaron de asombro al contemplar el paisaje cenital. Las techumbres de los edificios formaban un mosaico de colores y las personas se movían como pequeñas hormigas a toda prisa. La vastedad del cielo lo llenó de una emoción de paz y libertad que nunca antes había experimentado.

La curiosidad lo dominó y, en pleno vuelo, bajó la vista para observar el misterio que lo elevaba. Y en ese momento, como si un hechizo se rompiera, la gravedad lo reclamó de vuelta. Cayó a la tierra con un golpe seco, la turbación grabada en su rostro y la impotencia en sus pequeños pies.

Desde entonces, la levitación se convirtió en un recuerdo difuso, una historia sorprendente que nadie creyó. Incluso él mismo dudaba de su veracidad, preguntándose si acaso no fue más que el sueño de una mente infantil.

Años después, Martín caminaba distraído por la calle cuando vio a un niño elevarse del suelo igual que él hacía cuando era niño. La incredulidad inicial dio paso a la nostalgia y la agitación. Se acercó al pequeño, quien lo miró con una sonrisa traviesa y le dijo: «¿Quieres volver a volar?». Martín, sin dudarlo, tomó la mano del niño y, juntos, se elevaron por encima de la ciudad, dejando atrás sus preocupaciones y pesares.

Máscaras

23.3.24


Vivimos en una época donde lo políticamente correcto se ha convertido en una espada de doble filo. Por un lado, busca evitar la discriminación y el lenguaje que pueda herir a las personas. Por otro lado, puede generar una censura disfrazada de buenas intenciones, obligándonos a tejer un doble o triple discurso entre lo que realmente pensamos, lo que nos gustaría decir, lo que debemos decir y lo que finalmente decimos.

En este baile de máscaras verbales, la libertad de expresión se tambalea. La espontaneidad se diluye en la autocensura, calculando cuidadosamente cada palabra para evitar el ostracismo social o la cancelación. Lo que pensamos se convierte en un secreto a voces, lo que queremos decir se esconde bajo un velo de prudencia, y lo que decimos se transforma en una versión edulcorada de nuestras ideas, moldeada para ajustarse a las expectativas de la audiencia.

Y los que escuchan no siempre están dispuestos a recibir la verdad cruda. A veces, prefieren oír lo que quieren escuchar, una versión suavizada de la realidad que no confronta sus creencias o valores. Se crea así una burbuja de confort donde la disidencia se acalla y la crítica se disfraza de sugerencia.

La autenticidad es un valor fundamental para la construcción de relaciones sanas y honestas. Sin embargo, la censura, incluso cuando se disfraza de corrección, limita la libertad de pensamiento y debate, pilares esenciales para el crecimiento individual y colectivo.

Encontrar el equilibrio entre la sensibilidad social y la expresión libre es un desafío complejo. No se trata de negar la importancia de la empatía y el respeto, sino de encontrar espacios donde la diversidad de opiniones pueda florecer sin miedo a la represalia o la censura.

Desafiar la máscara de lo políticamente correcto no significa avalar el discurso del odio. Se trata de defender el derecho a pensar diferente, a expresar ideas sin filtros preestablecidos y a construir un diálogo donde la verdad no tenga que esconderse detrás de una máscara. Solo así podremos construir una sociedad donde la autenticidad y la tolerancia coexistan en armonía, sin necesidad de dobles o triples discursos.



Tiempo imperfecto

22.3.24


Ayer es mañana, hoy es ayer y mañana es hoy.



¿Hay vida antes de la muerte?

21.3.24


Quien escribe sin sentir como quien vive sin amar, está muerto.



Ventanas

20.3.24


La imaginación es la única escapatoria que tiene la desesperante realidad.



Optimizados

19.3.24


La manera de reivindicarse es ofrecer nuestra mejor versión.



Fonoabsorbentes

18.3.24


La mente ante el ruido se encoge y ante el silencio se expande.



Rituales

17.3.24


Solía mi padre los domingos a la mañana sacarme a pasear por la ciudad. Caminábamos con sus pasos de gigante por lo que yo iba dando saltitos en algunos trechos. Así descubrí, maravillándome, las grandes y bulliciosas avenidas, llenas de luz y de gentes vestidas con trajes nuevos y brillantes sentadas en las terrazas o pululando por las aceras, familias, jóvenes parejas y amigos de papá que a cada intervalo andado nos detenían. Para hacer más liviana esas esperas me soltaba de su mano y me agachaba a jugar con la tierra, motivo por el que era advertido.

Después nos desviábamos por callejas sinuosas y visitábamos los templos de los descreídos. Allí era donde se suplicaba de verdad al dios Baco, le oí decir en alguna ocasión, y me preguntaba cómo sería esa divinidad tan diferente de la que aparecía en el catecismo que las monjas nos hacían aprender, en especial la madre Laura, una joven y guapa mujer, enérgica y mandona, de la que andábamos prendados pero a la que temíamos más que a una vara verde.

En esas iglesias, digo, es donde solíamos acabar antes de la hora del almuerzo, llenos de hombres gigantescos apoyados en las barras de las tabernas, que charlaban desinhibidos y comían con deleite, gastando bromas y gritando, hasta culminar una ronda de convidadas. El momento más culminante era volver a casa chispeante y como levitando, tras hacerme beber un pequeño tubito de cerveza.



Conspicua paradoja

16.3.24


Para llegar al caos hay que ser metódico.



Retoricismo

15.3.24


Si la palabra es incapaz de expresar lo sentido entonces el silencio se convierte en elocuencia.



Focos

14.3.24


La memoria solo nos deja ver las zonas iluminadas del recuerdo.



Inmensidades

13.3.24


El abismo siempre tiene una atracción compulsiva.



Perdedores

12.3.24


Siempre festejando triunfos cuando lo que hay que celebrar son las derrotas.

Macedonio Luna

 

 

Los dibujos animados educaron nuestra infancia y cada personaje nos dejó su impronta. Terminé así por empatizar con algunos de ellos porque, frente a su destino adverso, jamás se rendían. Me pasó con el Coyote del Correcaminos, con Silvestre y Piolín, Daffy Duck y Speedy Gonzales o con Tom y Jerry, de quien su página web en Cartoon Network advierte: «Tom, el gato tenaz está siempre persiguiendo a su evasivo rival Jerry, el ratón, y ningún truco, trampa o sartén de hierro fundido lo pararán en su búsqueda eterna».

La sociedad actual nos inunda con un mensaje omnipresente de que el éxito es la única alternativa. La cultura del ganador, del triunfador a toda costa, impregna cada ámbito de nuestras vidas. Ser un trepador social, como diría Pasolini, se convierte en el objetivo primordial, relegando al ostracismo a aquellos que no alcanzan la cima.

En este contexto, la figura del vencido se invisibiliza, se arrincona y condena a la postergación. Pero, ¿es realmente la derrota algo nocivo? ¿No hay acaso denuedo en la disputa, en el aprendizaje que conlleva el fracaso y en la posibilidad de levantarse después de caer?

Pier Paolo Pasolini, en su lúcida visión, defendía la necesidad de educar a las nuevas generaciones en el valor de la decepción. Frente a un mundo plagado de "ganadores vulgares y deshonestos", de "prevaricadores falsos", Pasolini reivindicaba la figura del perdedor, del que lucha sin tregua por sus ideales, aunque no alcance la victoria final.

Ser un perdedor no implica resignación o pasividad. Al contrario, el desastre puede ser un acicate para la reflexión, el crecimiento personal y la indagación de nuevas estrategias. Es en el desengaño donde se aprende, donde se descubre la propia fortaleza y donde se forja la resiliencia necesaria para afrontar los retos de la vida.

En el tiempo de la victoria a ultranza, parece justo degustar el sabor de la derrota, no como un estigma o una desgracia, sino como una parte normal del proceso de aprendizaje. Ejercitarse en perder es tan significativo como instruirse en ganar, y así transmutarnos en personas más resistentes, adaptables y hasta compasivas.