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Sabores

4.2.11



Piensas que con el paso del tiempo y los acontecimientos vividos tus sentidos cambiarán. Y no es así. Más allá de tener pareja o procrear, encontrar un trabajo o ser un paria, tener pose de vividor o ser una persona desprendida, la tristeza continúa oliendo a humedad, el dolor sabe agrio, la soledad amarga, el llanto ácido y el miedo astringente.



Sustos

25.1.11



—Los fantasmas del miedo sacuden, a menudo, la conciencia colectiva.
―Sí, desde pequeños nos asustan con el ‘coco’, el ‘bute’, el hombre del saco...
―Después con el miedo a la diferencia: homosexuales, inmigrantes, radicales y extremistas.
―Pero si no consiguen su propósito insisten: hipoteca, empleo basura, jubilación, sida, terrorismo.
―Sí, la contrarreforma laboral que quieren aprobar da pavor.
―Y para terminar con el más allá y el menos acá.



Fantasmas

17.4.07




¿Cómo vencer los fantasmas personales? Para no engrandecerlos lo mejor es no mirarlos, no fijarse en ellos, hasta que se desvanezca su insustancia. Los fantasmas se alimentan de nuestras miserias, de nuestros miedos y ofuscaciones. Si lo sabemos llevar terminarán por ser inocuos.



Agorafilia

9.3.07




Si a la sensación morbosa de angustia o miedo ante los espacios despejados, como las plazas o las avenidas, se le denomina agorafobia, a lo contrario se le debería designar agorafilia.
Conozco a un tipo que dice sentirse bien en los grandes espacios vacíos de gente. Me explica que es una sensación como de recogimiento sentarse en las gradas de un estadio vacío donde parece distinguirse el eco de las voces que lo habitaron. Caminar por las calles de la ciudad vacía. Cambiarse solitario en el vestuario de una instalación deportiva. Deambular una mañana por un cementerio sin encontrar a nadie. Visitar un teatro o una sala de cine en su inacción. «En el silencio pareces percibir como rumor lejano de seres aquiescentes», me dice.
Lo curioso es que cuando me paro a pensar en ello, por momentos, ese tipo se parece a mí.