El juego quimérico
19.11.23
Los dos niños sentados en el suelo jugaban en un tablero invisible. Los observé largo rato mientras permanecían absortos y divertidos en su partida. No entendí muy bien la dinámica del desafío y atendí a los gestos que intercambiaban para descifrar el enigma en tanto, cada uno, depositaba una carta boca arriba cogida de un mazo común en las que aparecían figuras distintas. Los jugadores imitaban con muecas el sentimiento que le producían las estampas. Se trataba de viejas efigies fantasiosas, arcanos antiquísimos.
Intrigado los interrogué sobre el desenlace: «¿Qué se gana en este juego?». Uno de ellos me aclaró: «Nada, no se gana nada». Entonces insistí: «¿Y alguien es derrotado?». Y su respuesta fue: «Nadie pierde».
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
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5 apostillas:
Los políticos y empresas de armas debían jugar así.
Un abrazo
Un juego en que nadie pierde ni gana, no sé si tiene mucho interés para unos niños. Mi experiencia con adolescentes es que la competición es algo que los estremece de placer. Quitarle al juego ese componente es como quitarle el ajo al alioli, pero teniendo en cuenta que hay vino sin alcohol, puedo imaginarme cualquier cosa.
Nadie gana, nadie pierde, todos terminan.
Saludos,
J.
El mejor juego en manos de políticos, por ejemplo. Un abrazo
Yo pienso que jugar no es competir, nada más lejos de la realidad, si jugásemos a vivir como esos niños nunca habría malas cartas, seguramente todo sería muy diferente.
Un abrazo!!
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