La calidad del espejismo

27.9.25


El desierto es una de las imágenes más antiguas de la desolación y del límite humano. Estar perdido en él significa habitar un territorio donde los recursos vitales se han agotado y donde la salvación es, sencillamente, imposible. Allí, la esperanza se desvanece y solo queda el espejismo: la ilusión que no alimenta, que no quita la sed, pero que al menos ofrece una forma de acompañar la agonía.

No es tanto buscar una verdad última que nos salve, frente al absurdo y al sufrimiento de la existencia, sino de crear ilusiones y valores que hagan la hagan soportable e incluso afirmable. El arte, por ejemplo, puede ser el espejismo necesario que permite seguir adelante en el desierto existencial. Y si hemos de morir de sed, mejor hacerlo contemplando un espejismo hermoso que rendirse a la aridez sin imágenes.

Los espejismos modernos nos saturan de imágenes, simulacros y pantallas. La ilusión digital, la positividad permanente, los mundos virtuales, son quimeras que no nos resguardan, pero que modelan la experiencia contemporánea. Si no hay salvación frente al cansancio, al rendimiento y a la hipertransparencia, quizá solo nos quede cuidar la calidad de esas ilusiones.

Cuando ya no hay posibilidad de salvación, la verdad pierde valor y lo estético ocupa su lugar, ya no se trata de sobrevivir, sino de cómo habitar la ilusión.



1 apostillas:

Joselu dijo...

El texto utiliza el desierto como metáfora del límite humano y de la imposibilidad de salvación última.
En ese vacío, solo quedan los espejismos: ilusiones que no salvan, pero hacen soportable la agonía.
El arte se presenta como un espejismo necesario, capaz de embellecer la intemperie existencial.
Aquí aparece el vínculo con Byung-Chul Han: la ilusión se desplaza hacia la sociedad de la positividad.
Ya no hay misterio ni negatividad, sino saturación de imágenes, pantallas y simulacros.
La hipertransparencia elimina todo secreto, dejando solo la superficie brillante.
El espejismo antiguo consolaba; el moderno satura.
Si la verdad ha perdido su valor, queda lo estético como refugio.
Se trata menos de sobrevivir que de aprender a habitar la ilusión.
El desafío contemporáneo es cuidar la calidad de esos espejismos que modelan nuestra vida.