Sermoneados

27.4.25


El predicador se subió al púlpito, famoso por acotar discursos flagelantes, era temido y esperado en su verborrea fustigadora. Su figura hierática emergió en las alturas, demacrada y enjuta, sobre la muchedumbre entregada y expectante. Pero el representante deifico calló largo rato que pareció amplificarse más por el silencio del auditorio. Continuó mudo durante horas y nadie se atrevió a decir nada. Su discurso silente caló entre la gente más que nunca. Esa era su gran verdad.



3 apostillas:

José A. García dijo...

La única verdad posible.

Saludos,
J.

Francesc Cornadó dijo...

Sus palabras reverberaron sobre los muros y llegaron a la mente de los que estaban presentes entre los ecos.
Saludos

Joselu dijo...

Se echa a faltar un predicador así: las palabras y las imágenes, tan sobreabundantes y cansinas, se han convertido en inanes. Mejor el silencio.