Sermoneados
27.4.25
El predicador se subió al púlpito, famoso por acotar discursos flagelantes, era temido y esperado en su verborrea fustigadora. Su figura hierática emergió en las alturas, demacrada y enjuta, sobre la muchedumbre entregada y expectante. Pero el representante deifico calló largo rato que pareció amplificarse más por el silencio del auditorio. Continuó mudo durante horas y nadie se atrevió a decir nada. Su discurso silente caló entre la gente más que nunca. Esa era su gran verdad.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
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3 apostillas:
La única verdad posible.
Saludos,
J.
Sus palabras reverberaron sobre los muros y llegaron a la mente de los que estaban presentes entre los ecos.
Saludos
Se echa a faltar un predicador así: las palabras y las imágenes, tan sobreabundantes y cansinas, se han convertido en inanes. Mejor el silencio.
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