Tras un ‘mal’ día

30.4.25


Al caer la noche cenamos a la luz de las velas rodeados de intimidad y de silencio. Contamos historias de cuando éramos pequeños y recordamos miedos pueriles, referimos anécdotas y surgieron las risas y las bromas. Solo las palabras construían ese momento. Ninguna pantalla, ningún ruido, ninguna intromisión en aquella relación familiar donde los sueños infantiles se mezclaban con la oscuridad. Y como postre salimos a la calle, envueltos en la negrura, para ver las estrellas y reconocer la Osa Mayor y hasta la estrella Polar. Es posible que esta noche, aunque sea por una hora, vuelva a apagar la luz.



Perseverantes

29.4.25


La voluntad nos autoafirma frente a la hostilidad del mundo.


Fantasiosos

28.4.25


Toda fantasía es real solo en su fantasía.


Sermoneados

27.4.25


El predicador se subió al púlpito, famoso por acotar discursos flagelantes, era temido y esperado en su verborrea fustigadora. Su figura hierática emergió en las alturas, demacrada y enjuta, sobre la muchedumbre entregada y expectante. Pero el representante deifico calló largo rato que pareció amplificarse más por el silencio del auditorio. Continuó mudo durante horas y nadie se atrevió a decir nada. Su discurso silente caló entre la gente más que nunca. Esa era su gran verdad.



Espejidad

26.4.25


Hemos extrapolado salud por trabajo, tiempo por dinero, libertad por sumisión, conocimiento por ignorancia y lo llamamos felicidad.


Ruido y furia

25.4.25


La vida, a veces, solo parece un juego de idiotas.



Disipadores

24.4.25


El verdadero amor espanta todos los miedos.


Calado

23.4.25


¿Qué hacemos con la vida si no sabemos vivirla en toda su hondura?


Entrenos

22.4.25

  

—¿Sabes? Siempre me ha parecido curioso eso que pasa con los músculos cuando te ejercitas. 

—¿El dolor del día siguiente? 

—Sí, pero no el dolor en sí. La causa. Se llaman micro roturas fibrilares. Pequeñas lesiones en las fibras que, al sanar, hacen que el músculo se desarrolle más. 

—¿Y eso a qué viene?

—A que creo que en el amor pasa algo parecido. Cada discusión, cada malentendido, cada decepción... son como micro roturas sentimentales. 

—¿Roturas del alma, dices? 

—Sí. Pequeñas fisuras que no se ven, pero que están ahí. Y si las cuidamos, si las hablamos, si las curamos juntos... el vínculo se vuelve más resistente. 

—Pero si no se atienden… 

—Entonces se acumulan. Como en el cuerpo: si fuerzas sin descanso, sin escuchar el dolor, acabas rompiéndote en serio. 

—Nunca mirado desde ese punto de vista.

—Yo tampoco, hasta que empecé a sentir esas agujetas en el corazón y no en los músculos.



Elongaciones

21.4.25


El pensamiento es tan prodigioso que pude aligerar o lentificar el tiempo.


Echar raíces

20.4.25


Hoy en día cuando alguien dice voy al quiosco no va a buscar ya periódicos ni chucherías. Busca sombra o pausa, sentarse un rato bajo aquel árbol frondoso en el centro de la plaza, ese cuyas hojas susurran noticias del ayer y cuyo tronco cruje como si leyera en voz baja. Los vecinos lo llaman el árbol de Marcelo, aunque no todos recuerdan por qué.

Nadie pudo explicarlo del todo, pero lo cierto es que una mañana el templete ya no estaba. En su lugar, un exuberante magnolio creció como si siempre hubiese estado ahí, con raíces profundas y ramas que se inclinaban suavemente sobre los bancos. Las revistas habían desaparecido, pero aún quedaba en el aire un leve olor a tinta y a papel viejo. Los pájaros cantaban nombres de noticias y los niños recogían hojas que contaban cuentos al tocarlas. Hubo quienes recordaban el principio. Julia, una vecina del barrio, que juraba haber sido la primera en notarlo: «¡Marcelo, te estás poniendo verde!», le gritó entre risas.

Pero no era broma, el quiosquero perpetuo, empezó a sentir que algo en él se soltaba en el tiempo. Su piel se endureció como corteza, y sus pies, acostumbrados a pisar siempre el mismo suelo, comenzaron a hundirse con suavidad en el subsuelo, como si la tierra lo llamara. De su pecho nacían ramas finas y de sus silencios brotaban hojuelas. Y sin embargo no tuvo miedo. Solo una extraña paz, una certeza vegetal que lo abrazaba desde dentro. Por primera vez en décadas, Marcelo no esperaba a nadie. Solo crecía.

Antes de ese momento inexplicable, fue parte del paisaje. Desde su cubil vio crecer al barrio, hoja a hoja, año tras año. Recordaba a los críos que venían a por chicles y cromos de futbolistas, jubilados que repasaban titulares sin terminar nunca de leerlos, coleccionistas de promociones raras. Él estaba allí, día tras día, como un reloj que nadie mira y que a todos es necesario.

No hablaba mucho, ni salía del quiosco. Se hizo invisible a fuerza de estar ahí. Una figura más entre el cartón, el tabaco y los titulares. Y, sin embargo, desde ese pequeño cubículo de aluminio y cristal, Marcelo guardaba los secretos del barrio, como un archivo viviente. Nadie lo supo entonces, pero en él germinaba ya la semilla del árbol que habría de venir. Porque, a veces, quien permanece mucho tiempo en el mismo lugar, termina echando raíces.



Límpidos

19.4.25


Una vida sencilla pero amable, sin más.


Parasitados

18.4.25


Es imperdonable el tiempo usurpado de nuestras vidas por un sistema que nos vampiriza.



Insulanos

17.4.25


El alma humana es una isla cada día más solitaria.


No alineado

16.4.25


He declarado mi corazón país neutral donde no existe beligerancia con nadie.


Sigilos gozosos

15.4.25


Disfruta en silencio, la gente suele estropear las cosas buenas de la vida.



Prospecciones

14.4.25


A veces solo anhelo despertarme por dentro.


Bajo la lluvia

13.4.25


La noche es fría y lluviosa. Mientras conduzco veo cómo un perro, mojado y solitario, cruza la calle. ¿Por qué esa imagen me recuerda tanto al destino humano? 

El animal no corre. Camina lento como si ya no esperara nada de nadie, igual que si supiera que, al final, cada uno se enfrenta a la tormenta que le toca vivir.

En su andar torpe y resignado hay algo que se parece a todos nosotros: esa búsqueda ciega de un refugio que no siempre está, de un lugar al que pertenecer.

Debería haber frenado pero no frené.



Desfallecimientos

12.4.25


Lo peor es que cuando te cansas de ser tú no tienes un yo de repuesto.


Frecuentes

11.4.25


Existen lugares comunes a los que volvemos pero han desaparecido.




Sin luz

10.4.25


Saldrá el sol pero en la amargura todo es oscuro.


Estelas

9.4.25


Somos una prolongación de lo que amamos.


La ciudad de los olores

8.4.25


—Alejandra esta ciudad siempre me huele a Rimbaud y el Café Les Deux Magots a Beauvoir y a Camus.
—París es la ciudad donde aprendí que se puede estar más solo que en el desierto. Aquí la soledad tiene ruido de pasos apresurados y risas ajenas. Me enseñó que el infierno puede ser una ciudad luminosa. Sus calles son heridas abiertas por donde sangro versos. París me dio palabras y me robó la piel.
—¿Somos el vacío y la nada?
—Escribo contra el silencio que me habita. Escribo para llenar el vacío, pero cada palabra excava más hondo el abismo.
—Pero hubo territorios como la infancia poblada de sensaciones.
—Yo era una niña que jugaba a ser poeta y ahora soy una poeta que juega a ser niña. Mi infancia no fue infancia. Fue un exilio disfrazado de juegos. En mi memoria hay un jardín donde nunca salió el sol. Allí sigo, enterrando muñecas rotas.
—Somos exiliados de algún territorio de nuestro yo.
—No tengo territorio soy mi propia extranjera. En París he aprendido que el exilio no es un lugar, sino una piel que nunca termina de mudarse. No tengo patria. Mi cuerpo es una frontera cerrada incluso para mí. Mi único hogar es el silencio. Pero hasta él me exilia cuando intento habitarlo.
—Y luego está la lucidez.
—Mi locura es ver demasiado en un mundo de ciegos. Mi locura es ver con demasiada claridad. Los demás pestañean; yo tengo los ojos siempre abiertos en la oscuridad y luego tengo esta luz dentro que me quema. No es sabiduría, es una fiebre que no cesa. Estoy presa dentro de mi propia claridad. Cada pensamiento es un barrote. Escribo porque no soporto lo que veo. Pero al escribirlo, lo hago aún más real.
—Es por eso que el suicidio se convierte en acto estético y una metáfora de liberación.
—Moriré de amor o de poesía pero no de tiempo. No temo a la muerte, temo a esta vida que ya es un simulacro de ausencia.
—¿El lenguaje es salvación y trampa porque es imposible nombrar lo inefable?
—Escribo para no morir pero escribo porque estoy muerta. Cada poema me cuesta un pedazo de piel. Escribir es despellejarse vivo.
—Dicen que en esta ciudad se huele el amor al caminar por sus calles.
—Amar es ver el final desde el primer beso. Por eso mis amores son epitafios anticipados. Amar es desangrarse en otro, es cometer un suicidio a cámara lenta.
—Me marcho, he visto pasar al fantasma de César Vallejo, voy a ver dónde va.
—La poesía es el intento de nombrar lo que nos quema por dentro y no tiene nombre. Sólo en el poema digo la verdad. Después, miento como todo el mundo. Cada poema es un fracaso. Pero es el único fracaso que me enorgullece.



Usurpaciones

7.4.25


Al final somos un despojo del tiempo.


Casa de acogida

6.4.25


Khaleesi nació con una sonrisa como si el mundo le pareciera un juego amable. Aún no sabía que había llegado a una estación equivocada del destino, una donde los abrazos escaseaban y los gritos sobraban. Su madre, con la voz hecha un susurro y los ojos enturbiados por cicatrices invisibles, apenas la sostenía, pero aun así, la sustentaba.

La enfermera, testigo silente de tantas historias rotas, se dejó seducir por aquella criatura de luz. La niña le sonrió como si la esperanza pudiera prenderse así, de repente, en un parpadeo.

La madre llegó a aquel lugar temblando. No traía nada, salvo miedo y una niña que aún no comprendía el mundo. Allí le ofrecieron algo parecido al cobijo: una manta, un plato caliente, un oído que no juzgaba. Y, sobre todo, tiempo.

Khaleesi, con sus manos pequeñas, tocaba el rostro de su madre como queriendo recordar su forma, como si dijera: no te vayas otra vez. Y la madre amusgó la mirada como quien se protege del sol, comprendiendo que tenía que quedarse, que podía permanecer y que tal vez valía la pena intentarlo.

La casa era modesta, pero el corazón que es como una casa de acogida se le agrandó por dentro. Allí comenzó a construir otro relato: sin golpes, sin voces, sin desaliento. Una pequeña diablura contra la fatalidad.

Porque una consecuencia de hacer siempre lo que otros quieren es que te arrastra un torrente extraño hasta que un día decides y, es esa pequeña libertad, igual a una chispa que lo ilumina todo la que te puede llevar mar adentro.

Y entonces, por primera vez, la mujer miró a su hija a los ojos y sonrió.



Cubriciones

5.4.25


Todo el pensamiento que sepultamos es nuestro yo más verdadero.




Debacles

4.4.25


Si usamos grandes palabras, naufragamos el mensaje.


Gozadas

3.4.25


La vida la disfrutas más cuanto más la entiendes.


Patrones de existencia

2.4.25


Al principio era el ‘Ojo de Dios’ quien lo veía todo, la deidad omnisciente y la conciencia cósmica suprema.

Después fue el Gran Hermano quien nos vigilaba, ese panóptico de Michel Foucault que es el de la lógica de sociedades hipervigiladas, donde la autorregulación y la autocensura reemplaza a los barrotes.

Ahora es el algoritmo quien nos observa, nos sigue y sabe todo sobre nosotros, y nos seduce con sus constantes mensajes. Ya no necesitamos ser obligados a obedecer, porque hemos aprendido a desear lo que el algoritmo quiere que deseemos. Y lo más inquietante es que, a diferencia del Gran Hermano, que era un enemigo visible, el algoritmo es invisible, intangible y, muchas veces, deseado.

Así, la vigilancia ha pasado de lo divino a lo político y finalmente a lo digital, en un proceso donde el control se ha vuelto más sutil, pero también más profundo. La pregunta ya no es quién nos observa, sino si alguna vez podremos dejar de ser observados y manipulados.

Quizá la alternativa sea que juguemos a desconcertar el algoritmo, sepamos más que él, practiquemos la equivocación, le facilitemos mentiras y borremos nuestro rastro con desconexiones cada vez más frecuentes.



Tributos

1.4.25


Cuanto más comprendemos lo menos que somos es cuando más apreciamos vivir.