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Leyes físicas

15.6.25


Tuvo un sueño muy pesado y, al despertar, corrió hacia la báscula para comprobarlo. Efectivamente, había engordado diez kilos.


Antagónicos

8.6.25


Le dijo que vivía en las antípodas de su amor y lo amó al revés.



Pasiones

1.6.25


Anselmo era un pacífico vecino, un padre ejemplar y popular amigo. Diríase que su vida de tan buena que era parecía aburrida y gris por lo flemática. No había contraste solo un color plano de la existencia. Salvo una excepción, su interacción con la pantalla de televisión cuando jugaba su equipo de fútbol. Ahí aparecía toda una paleta de colorido cromático. Nadie, tan solo él, podía trascender con tanta interconectividad a la representación de realidad que sentía. Lo de menos era insultar o gritar, porque era capaz de transmutarse en uno de los actores del espectáculo deportivo, normalmente en el entrenador del equipo. Era tal su mímesis con el plasma que ocurrió una abducción catódica que lo llevó hasta el banquillo de un club de la Premier League. Y desde entonces es un reputadísimo míster internacional.



Literalias

25.5.25


No tengo que hacer bueno lo que es bueno, ni hacer malo lo que es malo, solo tengo que inventar el mundo, se dijo el hacedor de mentiras.



Revelaciones

18.5.25


Tras muchos años de convivencia con mi cuerpo, la Medicina me diagnostica que mi pelvis renal izquierda es bífida. Y ya ni me asusto. Lo descubrí en una visita al médico porque me dolía el costado derecho cuando iba al baño. Un dolor penetrante e intenso me hacía casi perder la consciencia aunque, afortunadamente, apenas duraba unos segundos en los que creía morir. Eso me procuró una visita al hospital para una ecografía. Allí me detectaron piedra en el riñón contrario al que sentía el dolor. Ante tanta conjura médica decidí huir del centro sanitario lo más rápidamente.



Cine mudo

11.5.25


Se puso a ver la película de su vida y aquel final no acabó de convencerle.


Auténtico

4.5.25


Siempre solía presumir de ser un tipo auténtico porque desde pequeñito le enseñaron a practicar la verdad. No mentía, no fingía, no adornaba sus discursos. Aprendió a mirarse al espejo sin pestañear, a confesar sus miserias con precisión quirúrgica y a desarmar cualquier emoción hasta volverla transparente.

Fue un día que decidió escribir su autobiografía cuando, ¡oh maravilla! entendió que no sabía quién era. Así cada recuerdo parecía contado por alguien más, una voz que sonaba sincera, pero ajena.

Sospechó entonces que por tanto empeño en ser honesto, había acabado inventándose un personaje incorruptible. Y lo peor que al interpretarlo tan bien no podía dejar de creerlo.


Sermoneados

27.4.25


El predicador se subió al púlpito, famoso por acotar discursos flagelantes, era temido y esperado en su verborrea fustigadora. Su figura hierática emergió en las alturas, demacrada y enjuta, sobre la muchedumbre entregada y expectante. Pero el representante deifico calló largo rato que pareció amplificarse más por el silencio del auditorio. Continuó mudo durante horas y nadie se atrevió a decir nada. Su discurso silente caló entre la gente más que nunca. Esa era su gran verdad.



Echar raíces

20.4.25


Hoy en día cuando alguien dice voy al quiosco no va a buscar ya periódicos ni chucherías. Busca sombra o pausa, sentarse un rato bajo aquel árbol frondoso en el centro de la plaza, ese cuyas hojas susurran noticias del ayer y cuyo tronco cruje como si leyera en voz baja. Los vecinos lo llaman el árbol de Marcelo, aunque no todos recuerdan por qué.

Nadie pudo explicarlo del todo, pero lo cierto es que una mañana el templete ya no estaba. En su lugar, un exuberante magnolio creció como si siempre hubiese estado ahí, con raíces profundas y ramas que se inclinaban suavemente sobre los bancos. Las revistas habían desaparecido, pero aún quedaba en el aire un leve olor a tinta y a papel viejo. Los pájaros cantaban nombres de noticias y los niños recogían hojas que contaban cuentos al tocarlas. Hubo quienes recordaban el principio. Julia, una vecina del barrio, que juraba haber sido la primera en notarlo: «¡Marcelo, te estás poniendo verde!», le gritó entre risas.

Pero no era broma, el quiosquero perpetuo, empezó a sentir que algo en él se soltaba en el tiempo. Su piel se endureció como corteza, y sus pies, acostumbrados a pisar siempre el mismo suelo, comenzaron a hundirse con suavidad en el subsuelo, como si la tierra lo llamara. De su pecho nacían ramas finas y de sus silencios brotaban hojuelas. Y sin embargo no tuvo miedo. Solo una extraña paz, una certeza vegetal que lo abrazaba desde dentro. Por primera vez en décadas, Marcelo no esperaba a nadie. Solo crecía.

Antes de ese momento inexplicable, fue parte del paisaje. Desde su cubil vio crecer al barrio, hoja a hoja, año tras año. Recordaba a los críos que venían a por chicles y cromos de futbolistas, jubilados que repasaban titulares sin terminar nunca de leerlos, coleccionistas de promociones raras. Él estaba allí, día tras día, como un reloj que nadie mira y que a todos es necesario.

No hablaba mucho, ni salía del quiosco. Se hizo invisible a fuerza de estar ahí. Una figura más entre el cartón, el tabaco y los titulares. Y, sin embargo, desde ese pequeño cubículo de aluminio y cristal, Marcelo guardaba los secretos del barrio, como un archivo viviente. Nadie lo supo entonces, pero en él germinaba ya la semilla del árbol que habría de venir. Porque, a veces, quien permanece mucho tiempo en el mismo lugar, termina echando raíces.



Bajo la lluvia

13.4.25


La noche es fría y lluviosa. Mientras conduzco veo cómo un perro, mojado y solitario, cruza la calle. ¿Por qué esa imagen me recuerda tanto al destino humano? 

El animal no corre. Camina lento como si ya no esperara nada de nadie, igual que si supiera que, al final, cada uno se enfrenta a la tormenta que le toca vivir.

En su andar torpe y resignado hay algo que se parece a todos nosotros: esa búsqueda ciega de un refugio que no siempre está, de un lugar al que pertenecer.

Debería haber frenado pero no frené.



Casa de acogida

6.4.25


Khaleesi nació con una sonrisa como si el mundo le pareciera un juego amable. Aún no sabía que había llegado a una estación equivocada del destino, una donde los abrazos escaseaban y los gritos sobraban. Su madre, con la voz hecha un susurro y los ojos enturbiados por cicatrices invisibles, apenas la sostenía, pero aun así, la sustentaba.

La enfermera, testigo silente de tantas historias rotas, se dejó seducir por aquella criatura de luz. La niña le sonrió como si la esperanza pudiera prenderse así, de repente, en un parpadeo.

La madre llegó a aquel lugar temblando. No traía nada, salvo miedo y una niña que aún no comprendía el mundo. Allí le ofrecieron algo parecido al cobijo: una manta, un plato caliente, un oído que no juzgaba. Y, sobre todo, tiempo.

Khaleesi, con sus manos pequeñas, tocaba el rostro de su madre como queriendo recordar su forma, como si dijera: no te vayas otra vez. Y la madre amusgó la mirada como quien se protege del sol, comprendiendo que tenía que quedarse, que podía permanecer y que tal vez valía la pena intentarlo.

La casa era modesta, pero el corazón que es como una casa de acogida se le agrandó por dentro. Allí comenzó a construir otro relato: sin golpes, sin voces, sin desaliento. Una pequeña diablura contra la fatalidad.

Porque una consecuencia de hacer siempre lo que otros quieren es que te arrastra un torrente extraño hasta que un día decides y, es esa pequeña libertad, igual a una chispa que lo ilumina todo la que te puede llevar mar adentro.

Y entonces, por primera vez, la mujer miró a su hija a los ojos y sonrió.



Osmólogo

30.3.25


Desde niño poseía esa rara habilidad de olfatear el sexo de las mujeres. Sabía que cada una emitía un olor diferente. Las había que olían a azucenas de mar o a queso curado, a tierra regada por la lluvia, a guayaba o a canela, a bergamota o a tinta china. Un mapa cromático de fragancias femeninas embelesaba sus narinas. Todas tenía un aura aromática que las definía ante su nariz. Fue al llegar a su juventud que se enamoró y perdió su sexto sentido odorífero porque su amor no olía a nada.


La cena

23.3.25


Se juntaron una noche la coma elíptica y el coma etílico. Ella muy sobreentendida y él muy inconsciente, hacían una pareja peculiar. Habían quedado para cenar con una pareja amiga: él era corrector ortográfico y ella delirium tremens. Creo que la velada no acabó muy bien porque hubo faltas de respeto, descontrol, poca economía del lenguaje y alucinaciones.


Atrapado

16.3.25


Me fingí muerto pero ya no resucité.



Ciberflechazo

9.3.25


Las máquinas se enamoraron de mi manera de pensar porque escribía relatos para lectores inteligentes.



Cuentista

2.3.25


Si supiera mentir os contaría que esta historia es verdadera, pero solo es puro cuento.


Transtemporal

23.2.25

 

Tras darse la vuelta en la cama la abrazó fuertemente con ternura igual que la primera vez. Venía desde muy lejos. Los viajes en el tiempo siempre lo dejaban desamparado.



Bucle narracional

16.2.25

 

Leyó su nombre en el cuento y entendió que se protagonizaba a sí misma mientras se leía.



Flashback

9.2.25

 

Alexander revisa las fotos de su teléfono móvil. Se da cuenta entonces que las instantáneas que aparecen no las ha hecho él y que los personajes que están retratados le son irreconocibles, menos por un pequeño detalle: aquel tatuaje.



Misterio

2.2.25

 

—Tengo un secreto que me hace vivir feliz.

—¿Y cuál es?

—Es impronunciable porque desaparece cuando se cuenta.