Perseverantes
29.4.25
Etiquetas: aforismo, hostilidad, mundo, voluntad
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Etiquetas: aforismo, hostilidad, mundo, voluntad
Escribimos para no dejar de ser quienes somos.
G. Deleuze:
«Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo...»
Thomas Szasz:
«Si tú hablas a Dios, estás rezando; si Dios te habla a ti, tienes esquizofrenia. Si los muertos te hablan, eres un espiritista; si tú hablas a los muertos, eres un esquizofrénico»
Chuang Tse:
«Aquel que con inocencia viene y con sencillez se va»
Marco Aurelio:
«Toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo»
Albert Camus:
«La gente nunca está convencida de tus razones, de tu sinceridad, de tu seriedad o tus sufrimientos, salvo sí te mueres»
Charles Caleb Colton:
«Hasta que hayas muerto no esperes alabanzas limpias de envidia»
León Tolstoi:
«A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa»
Voltaire:
«La duda no es un estado demasiado agradable pero la certeza es un estado ridículo»
Mahmoud Al-Tahawi:
«La perfección es el pecado de los vanidosos. La torpeza la virtud de los indefensos»
Fénelon:
«Huye de los elogios, pero trata de merecerlos»
Antón Chéjov:
«Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio»
Bukowski:
«Que no te engañen, chico. La vida empieza a los sesenta»
3 apostillas:
Relacionando el aforismo con la filosofía de Schopenhauer, se puede decir que la voluntad es el motor que nos impulsa a afirmarnos como individuos en un mundo esencialmente hostil y conflictivo. Sin embargo, esta autoafirmación no nos libera del sufrimiento, sino que lo perpetúa, ya que la voluntad es insaciable y su lucha constante es la raíz del dolor humano. La autoafirmación frente a la hostilidad del mundo es, en última instancia, el drama existencial que Schopenhauer identifica en la condición humana.
En un universo que a menudo se muestra indiferente o abiertamente adverso, la voluntad humana emerge no como simple resistencia, sino como fuerza creadora capaz de transfigurar la hostilidad en libertad. Esta idea, profundamente nietzscheana, nos invita a reconsiderar nuestra relación con los obstáculos: ya no como males a evitar, sino como materiales esenciales para la auténtica autorrealización.
Friedrich Nietzsche, el filósofo que declaró la "muerte de Dios", no nos dejó huérfanos en un cosmos sin sentido. Por el contrario, nos entregó un mapa para navegar en la tormenta: la voluntad de poder. Este concepto va más allá de la mera supervivencia; es el impulso que lleva al artista a crear belleza desde el caos, al pensador a cuestionar dogmas, y a cada individuo a forjar sus propios valores cuando los heredados se desvanecen.
La verdadera prueba de esta voluntad no está en tiempos de calma, sino frente a la adversidad. Como escribió en "El ocaso de los ídolos": "Lo que no me mata, me hace más fuerte". Esta frase, hoy convertida en lugar común, encierra una verdad radical: la hostilidad del mundo no es un accidente en nuestro camino, sino el terreno mismo donde se juega nuestra grandeza. El dolor, la crítica o el fracaso dejan de ser enemigos cuando aprendemos a usarlos como combustible para nuestra transformación.
Nietzsche nos propone un desafío aún mayor: el "amor fati" o amor al destino. No se trata de resignación pasiva, sino de decir "sí" a la vida en toda su complejidad, incluyendo sus aspectos más oscuros. Quien alcanza esta sabiduría no necesita que el mundo sea perfecto para encontrar sentido; lo crea activamente mediante su voluntad, como el escultor que ve en el mármol en bruto no un límite, sino posibilidades infinitas.
En nuestra época, marcada por crisis globales e incertidumbres, esta enseñanza adquiere urgencia práctica. Frente a sistemas opresivos, algoritmos deshumanizantes o relaciones tóxicas, la voluntad nietzscheana no sugiere huida, sino recreación: transformar cada obstáculo en peldaño, cada herida en sabiduría. Como Zaratustra bailando en la montaña, descubrimos que la verdadera libertad no es ausencia de resistencia, sino la capacidad de moverse con gracia incluso bajo presión.
Al final, la hostilidad del mundo resulta ser el espejo que revela nuestra fuerza latente. Quien lo comprende deja de maldecir la oscuridad y, en cambio, enciende su propia luz. Esta es la paradoja más bella de la filosofía nietzscheana: que en un universo sin sentidos impuestos, cada uno de nosotros tiene el privilegio -y la responsabilidad- de crear el suyo.
Todo es fantasía. Hacemos lo que queremos, podemos, o nos dejan. La voluntad es fantasía. Aquellos iluminados que iluminan un universo de oscuridad no son expresión de libertad sino de genética favorable. Y esto sí que es un misterio. Lo demás, fantasía, Schopenhauer y Nietzsche.
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