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Escribimos para no dejar de ser quienes somos.
G. Deleuze:
«Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo...»
Thomas Szasz:
«Si tú hablas a Dios, estás rezando; si Dios te habla a ti, tienes esquizofrenia. Si los muertos te hablan, eres un espiritista; si tú hablas a los muertos, eres un esquizofrénico»
Chuang Tse:
«Aquel que con inocencia viene y con sencillez se va»
Marco Aurelio:
«Toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo»
Albert Camus:
«La gente nunca está convencida de tus razones, de tu sinceridad, de tu seriedad o tus sufrimientos, salvo sí te mueres»
Charles Caleb Colton:
«Hasta que hayas muerto no esperes alabanzas limpias de envidia»
León Tolstoi:
«A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa»
Voltaire:
«La duda no es un estado demasiado agradable pero la certeza es un estado ridículo»
Mahmoud Al-Tahawi:
«La perfección es el pecado de los vanidosos. La torpeza la virtud de los indefensos»
Fénelon:
«Huye de los elogios, pero trata de merecerlos»
Antón Chéjov:
«Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio»
Bukowski:
«Que no te engañen, chico. La vida empieza a los sesenta»
3 apostillas:
Este aforismo me sugiere que el aforista escribe con una ingenuidad semejante al papa Francisco, pero eso es muy peligroso y no voy a explicar por qué.
Este aforismo no es solo una denuncia, sino un espejo deformante del capitalismo tardío: nos devuelve la imagen de una sociedad que ha convertido la vida en un trading absurdo donde todo —incluso la felicidad— tiene un precio en la bolsa de valores existencial. Byung-Chul Han, Foucault, Baudrillard, Deleuze y Marcuse, cada uno a su modo, nos alertan de lo mismo: hemos naturalizado un sistema que nos vampiriza y luego nos vende nuestra propia sangre como bebida energética.
La trampa está en que ya no reconocemos la explotación: celebramos el "hustle culture", nos endeudamos para comprar experiencias instagrameables, y llamamos "libertad" a elegir entre algoritmos que nos perfilaron. Como escribió Han, "el infierno de lo igual no duele": nos ahogamos en un mar de positividad tóxica, creyendo que nadar contra la corriente es solo falta de resiliencia.
Pero hay grietas. La lucidez de estos pensadores nos invita a desobedecer los mandatos silenciosos (¿y si dejamos de medir nuestro valor en horas de productividad?), recuperar lo irrenunciable (el tiempo no negociable, el aburrimiento fértil, el silencio que no se vende en apps de mindfulness), llamar a las cosas por su nombre: no es "felicidad", es management de la precariedad emocional. El capitalismo neoliberal es un sistema tan astuto que ha logrado que critique su lógica desde un iPhone, entre pausas laborales y con la ansiedad de quien revisa notificaciones. La verdadera resistencia empieza cuando dejamos de ser cómplices de nuestro propio sacrificio.
Una cosa es tu explicación, y otra el aforismo que tiene un tono homilético incuestionable. Solo quedaría fustigarnos por nuestros errores, pero yo no me siento identificado con nada de lo que expone el aforismo y no creo que la gente que conozco tampoco. Te ha salido un tono predicador y solo ha faltado el látigo para flagelarnos.
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