Desajustes
3.5.25
Etiquetas: aforismo, conocimiento, ignorancia
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Etiquetas: aforismo, conocimiento, ignorancia
Escribimos para no dejar de ser quienes somos.
G. Deleuze:
«Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo...»
Thomas Szasz:
«Si tú hablas a Dios, estás rezando; si Dios te habla a ti, tienes esquizofrenia. Si los muertos te hablan, eres un espiritista; si tú hablas a los muertos, eres un esquizofrénico»
Chuang Tse:
«Aquel que con inocencia viene y con sencillez se va»
Marco Aurelio:
«Toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo»
Albert Camus:
«La gente nunca está convencida de tus razones, de tu sinceridad, de tu seriedad o tus sufrimientos, salvo sí te mueres»
Charles Caleb Colton:
«Hasta que hayas muerto no esperes alabanzas limpias de envidia»
León Tolstoi:
«A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa»
Voltaire:
«La duda no es un estado demasiado agradable pero la certeza es un estado ridículo»
Mahmoud Al-Tahawi:
«La perfección es el pecado de los vanidosos. La torpeza la virtud de los indefensos»
Fénelon:
«Huye de los elogios, pero trata de merecerlos»
Antón Chéjov:
«Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio»
Bukowski:
«Que no te engañen, chico. La vida empieza a los sesenta»
2 apostillas:
Nunca ha habido tal dualidad extrema: la apoteosis de la ignorancia y la importancia dada al conocimiento, aunque en sectores minoritarios. Hay jóvenes muy cultos y abnegados. Predomina en las redes sociales dicha dualidad, aunque la ignorancia y la vulgaridad se publicita mucho más.
Vivimos en una época paradójica. Nunca antes habíamos tenido acceso a tanta información, y sin embargo, parece que la ignorancia se está revalorizando como nunca. No me refiero a la ignorancia como simple falta de conocimiento (algo natural y humano), sino a esa actitud orgullosa que celebra no saber, que desprecia la expertise y que equipara todas las opiniones, independientemente de su base racional.
Este fenómeno es peligroso porque erosiona uno de los pilares de la sociedad: la confianza en el conocimiento riguroso. Las teorías conspirativas ganan terreno frente a la ciencia, los opinólogos sin formación desplazan a los especialistas y, en muchos casos, se premia la visceralidad por encima del razonamiento. Las redes sociales, con sus algoritmos que favorecen el engagement sobre la verdad, han acelerado esta tendencia, creando burbujas donde la ignorancia se refuerza a sí misma.
Pero lo más preocupante es que esta revalorización de la ignorancia no es casual. En muchos casos, responde a intereses políticos y económicos: es más fácil manipular a una sociedad que desconfía del conocimiento que a una formada y crítica. Cuando el eslogan reemplaza al argumento y el sentimiento a la evidencia, el debate público se empobrece hasta volverse irreconocible.
¿Cómo contrarrestarlo? En primer lugar, dejando de normalizar el desprecio al saber. No todas las opiniones valen lo mismo: las que están respaldadas por estudio, método y evidencias merecen más respeto que las que surgen del prejuicio o la desinformación. También es clave defender la educación como herramienta de emancipación, no solo como formación laboral. Y, sobre todo, recordar que el conocimiento no es elitismo: es, en el fondo, lo único que nos permite discernir entre lo real y lo falso.
La ignorancia celebrada puede ser cómoda, incluso seductora, pero una sociedad que la abraza está condenada a repetir errores del pasado. Y eso, en tiempos de crisis globales, es un lujo que no podemos permitirnos.
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