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Ilimitados

21.5.22



Para la creación literaria no basta con todo lo aprendido.




Amanuense

3.4.21



Cuando era joven solía repartir, entre mis compañeros de clase y colegas de escritura, mis primeras composiciones literarias manuscritas al principio y mecanografiadas después, unas veces cosidas y otras solo grapadas. Ahora vuelvo a esa práctica por el mero placer de escribir a mano y hacer un regalo personal, lejos del volumen de negocio de las editoriales.



Retropropulsión

17.11.18



Declino, educadamente, una invitación para formar parte del jurado de un certamen literario. No me siento capaz de juzgar a nadie, a pesar de como lector puedo ser muy exigente. 

Entonces pienso en lo frustrante que puede ser para algunas personas que su creación no merezca un cierto crédito, un aliento y sea apartada hasta el limbo de la insignificancia. 

Ahora recuerdo episodios de frustración a los que me hube de enfrentar cuando, por el juicio de algunos lectores de mis escritos, esas obras eran condenadas y denigradas. 

Aunque al principio me quedaba un poco frío, a la larga el efecto que provocaba en mí, era como cuando tiras hacia atrás de la goma de un tirachinas para salir propulsado con más fuerza.

En la vida las contrariedades deben alimentar el empeño para seguir, con más brío, hacia adelante.



Amonestación

2.11.16



El que esté libre de pecado literario que tire el primer libro.



Comedores de cadáveres

19.4.07


Cuando comencé a producir mis primeros escritos, esa especie de ejercicios de estilo llenos de errores, mi ingenua ambición me llevó a concursar en pequeños certámenes literarios. Se trataba de autoafirmar, supongo, mi incipiente afición que el tiempo y el corazón convirtieron en pasión. Mi primera experiencia -que algún día contaré- fue demoledora. Esa y otras cuantas más me alinearon en el bando de los anti-premios.

Uno de los argumentos que con más peso me decantó a esa militancia fue el que un día me comentó un viejo escritor provinciano con muchas anécdotas vividas. Él me dijo que los ‘comedores de cadáveres’ eran quienes más se beneficiaban de los concursos literarios. Llamaba así a los componentes del jurado, escritores también, que recogían muchas de las ideas, en la mayoría de los casos mal expresadas, como las piedras preciosas sin labrar, y que luego en sus propias creaciones ampliaban y pulían.