Flotabilidad
14.4.24
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Brote psicótico
7.4.24
Etiquetas: cuentos, cuentos de domingo
Las tres Evas
31.3.24
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Levitantes
24.3.24
Martín tenía la extraordinaria capacidad de levitar. No se trataba de un vuelo acrobático ni una danza etérea, sino más bien de una ascensión repentina, gradual e imprevista, como una pompa de jabón impulsada por la brisa. Sus pies se desanclaban del suelo por sorpresa, en un instante de quietud o en la ensoñación de un juego.
Un día, mientras perseguía una mariposa en el jardín, se elevó más de lo habitual. Sus ojos se llenaron de asombro al contemplar el paisaje cenital. Las techumbres de los edificios formaban un mosaico de colores y las personas se movían como pequeñas hormigas a toda prisa. La vastedad del cielo lo llenó de una emoción de paz y libertad que nunca antes había experimentado.
La curiosidad lo dominó y, en pleno vuelo, bajó la vista para observar el misterio que lo elevaba. Y en ese momento, como si un hechizo se rompiera, la gravedad lo reclamó de vuelta. Cayó a la tierra con un golpe seco, la turbación grabada en su rostro y la impotencia en sus pequeños pies.
Desde entonces, la levitación se convirtió en un recuerdo difuso, una historia sorprendente que nadie creyó. Incluso él mismo dudaba de su veracidad, preguntándose si acaso no fue más que el sueño de una mente infantil.
Años después, Martín caminaba distraído por la calle cuando vio a un niño elevarse del suelo igual que él hacía cuando era niño. La incredulidad inicial dio paso a la nostalgia y la agitación. Se acercó al pequeño, quien lo miró con una sonrisa traviesa y le dijo: «¿Quieres volver a volar?». Martín, sin dudarlo, tomó la mano del niño y, juntos, se elevaron por encima de la ciudad, dejando atrás sus preocupaciones y pesares.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Rituales
17.3.24
Después nos desviábamos por callejas sinuosas y visitábamos los templos de los descreídos. Allí era donde se suplicaba de verdad al dios Baco, le oí decir en alguna ocasión, y me preguntaba cómo sería esa divinidad tan diferente de la que aparecía en el catecismo que las monjas nos hacían aprender, en especial la madre Laura, una joven y guapa mujer, enérgica y mandona, de la que andábamos prendados pero a la que temíamos más que a una vara verde.
En esas iglesias, digo, es donde solíamos acabar antes de la hora del almuerzo, llenos de hombres gigantescos apoyados en las barras de las tabernas, que charlaban desinhibidos y comían con deleite, gastando bromas y gritando, hasta culminar una ronda de convidadas. El momento más culminante era volver a casa chispeante y como levitando, tras hacerme beber un pequeño tubito de cerveza.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Sensibilidad
10.3.24
El pianista se lesionó los dedos a propósito. Quería sentir en cada tecla que pulsara, belleza y dolor.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
El liquidador
3.3.24
Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.
Albert Camus
Quizá hubiera tenido una anterior vida de amanuense o de linotipista, algún oficio manual relacionado con las palabras y los legajos. No lo sé, lo desconozco. Fue que, al entrar en aquel cubículo, me llegó una impresión extraña donde el rancio olor de la humedad y la profusión de documentación almacenada, mezclaban en mi mente un abigarrado sentimiento a descomposición de recuerdos. Dos lamparillas separadas en las esquinas iluminaban la habitación aislada de la luz solar, a pesar de poseer un gran ventanal que había sido clausurado a cualquier claridad externa, como para evitar la contaminación lumínica y veladora sobre aquel mar de papeles que inundaba la mayor parte del espacio.
La primera de las confesiones que me realizó y casi la única fue referenciar la tarea a la que, como un ser burocrático se había encomendado a diario: «estoy rompiendo papeles». La destrucción de documentos, según me explico, es una tarea parsimoniosa que exige mucho interés y concentración, porque cada escrito debe ser examinado para determinar su valor en el momento que fue redactado, su prevalencia actual y si en un futuro podría ser útil su contenido. Como sopesador de tan trascendente dictamen, sus manos eran la balanza y su mente sesuda el fiel de la misma, que se debería inclinar bien hacia la preservación o hacia la destrucción.
«Rompo papeles. Vengo aquí todos los días con la convicción de acabar con todo lo que resulte inservible, pero al volver a la jornada siguiente encuentro igual volumen de originales o incluso más. Diría que se retroalimentan y las mismas escrituras se duplican. Hay momentos que me siento como Sísifo. ¿Sabes a quién me refiero?». Negué con la cabeza a pesar de tener una leve idea de que ese nombre estaba asociado a algún mito. Busqué en el móvil. Era un personaje de la mitología griega, rey de Corinto célebre por sus fechorías y por timar a la muerte, y castigado por Zeus a llevar una piedra redonda hasta lo alto de una montaña una y otra vez. Su analogía me intrigó porque igual él también se suponía un Sísifo moderno condenado a una existencia absurda. «Es una colosal y aburrida», replicó con un deje de amargura en su voz. «A veces me pregunto si no sería mejor dejar que todo se pudra aquí, que la memoria se diluya en este mar de papeles sin importancia. Pero algo me impulsa a seguir, a desentrañar qué debe ser guardado y qué no. Es un compromiso que me incomoda, pero que no puedo rehusar».
Descansé en el único asiento disponible, una vieja y
destartalada mecedora de mimbre que crujió bajo mi peso. El ambiente cargado de
polvo y la penumbra de la habitación me producían una sensación de
claustrofobia. Observé al hombre, encorvado sobre su escritorio, inspeccionando
concienzudamente cada folio antes de colocarlo en una de las dos cestas cercanas
a él, una para destruir, la otra para guardar. Le ofrecí ayuda, entonces, en un
acto de condescendencia para para aliviar su carga. Él hombre me miró con
sorpresa desde el fondo de sus ojos grises reflejando la tenue luz de las
lamparillas. «¿Qué podrías hacer?», me preguntó. Dudé y le respondí sin saber
qué, «bueno, por si necesitas algo». Un silencio incómodo se apoderó de la
habitación. El sonido del crujir del papel y el ocasional toser del hombre eran
los únicos sonidos que rompían la quietud. De repente, se levantó y se dirigió
hacia la ventana clausurada. «Mira», dijo señalando hacia el exterior. Aparté
la vista de la montaña de papeles que me rodeaba y dirigí mi mirada hacia el
ventanal exclaustrado. Lo que vi me dejó sin aliento porque tras el cristal
opaco se extendía una ciudad de celulosa donde los edificios modernos se
mezclaban con las casas antiguas, las calles bulliciosas contrastaban con los
parques tranquilos. Era una ciudad llena de contrastes, de belleza y de caos
total de papel.
«Esa es la ciudad», dijo con voz melancólica. «La ciudad que yo he ayudado a construir, la ciudad que he visto crecer y cambiar». Su mirada se volvió hacia mí, sus ojos llenos de una profunda tristeza. No supe qué decir. Las palabras parecían insuficientes para expresar la compleja situación. En ese momento, comprendí que no solo estaba rompiendo papeles, sino también intentando destruir su condena.
«Vengo a romper papeles».
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Pasajeros
25.2.24
A mi amigo Mikhail Carbajal
Me quedé dormido en el metro entre las estaciones de Ataraxia y Thaumazein. Acostumbro a echar una cabezadita cuando el cansancio me vence de vuelta a casa y, en ocasiones, me paso y llego hasta Irrestricto, con lo que supone de pérdida de tiempo. Pero en esta ocasión noté que alguien tocaba mi hombro y mientras despertaba oí la voz joven de una mujer que me decía: ya llegamos. La miré con agradecimiento mientras me apeaba del vagón vacío.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Endofasia
18.2.24
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Viejos oficios
11.2.24
Cada vez que escuchaba la flauta de amolador bajaba a toda prisa para afilar los instrumentos cortantes de la casa. Después se embobaba con las chispas que desprendía el roce del acero contra el esmeril. Contaba que en ese fulgor era capaz de adivinar quién sería su próxima víctima.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Imposibles
4.2.24
—No podemos amarnos, no podemos —le dijo mientras se arrebujaba contra su pecho y les resbalaban las lágrimas.
—Entonces —le preguntó—, ¿esto es el amor?
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Confesiones
28.1.24
«Tengo por costumbre no mirarme al espejo. Una vez miré y me encontré con un desconocido. Pasado mucho tiempo volví a mirar y ya no había nadie».
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
La costurera
21.1.24
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
El viejo sabio
14.1.24
Cada día ofrecía una lección magistral desde la cima de la montaña. Desde allí lo escuchaban atentos los amaneceres, los cielos rojos, el viento, las nubes y el mar calmo. Si les faltaban sus palabras cambiaban a fieros.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Final inesperado
7.1.24
La Nochevieja y el Año nuevo tuvieron un idilio y decidieron alejarse del bullicio. Desde entonces no se han vuelto a ver celebraciones.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Seres oníricos
31.12.23
Te pregunté qué hacías dentro de mi sueño. Tú me dijiste, entonces, que me estabas soñando.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Amistosas
24.12.23
—Buenos días, qué tal estás.
—Bien —le sonrió.
—Sabes, el otro día conocí al padre del marido de tu amiga
Silvia. Un tipo encantador.
Le volvió a sonreír mientras pensaba: «esta tipa es un
tostón. Ahora me va a decir que es donde trabaja el suegro de mi amiga, una
inmobiliaria que ella conoce porque en la misma curra la hija de una vecina, íntima
suya de toda la vida».
—Y a que no sabes qué, vende unas casas chulísimas, es la
oficina de Cecilia, la hija de Paqui, la que se compró el chalet con piscina en
esa urbanización tan pija.
Le ofreció una nueva sonrisa como aprobación a la historia
que contaba en tanto que, mirándola a la cara, se preguntaba cuándo detendría
su discurso de pesada parlanchina. «Ahora me va sacar a relucir algún tema de
su salud», pensó.
—Pues nada que vengo del médico porque resulta que tengo una
fractura metacarpiana. ¿No me ves la mano hinchada? Así llevo toda la semana,
sin poder lavar un plato. Menos mal que tengo a Jorge, el pobre se encarga de
todo. Me han mandado reposo y me van a hacer unas pruebas para saber si ha sido
por tanto esfuerzo que la mano se ha cansado o porque se me gastan los huesos
que una ya va para mayor. Y después lo de la taquicardia, ¿sabes? Me dan
palpitaciones y me pongo malísima, vamos como si me fuera a dar un infarto.
Y mientras la observaba mover los labios pero ya sin
escucharla, discurría: «lo que me importará a mí su metacarpiano inflamado o
deshinchado, el de su marido y el de su hijo, sus supuestas palpitaciones, su
venta de Thermomix que además de a su suegra y a su hermana no le habrá vendido
ninguna más a nadie o que ahora, se haya hecho influencer y se dedique a vender dietas milagrosas para el
adelgazamiento. Precisamente ella que no está gorda, qué va para nada, ya se la
podía aplicar.
—Te veo muy callada ¿te pasa algo? —le resopló.
—Qué me va a pasar —contestó su boca porque su mente decía
otra cosa diferente—, que una anda pensando en las cosas que tiene que hacer.
—A mí me pasa igual —explicó azorada—, así que me voy que no
quiero perder más tiempo. Hasta luego.
Entonces pensó: «¿hasta luego? ¿piensa venir luego? ¡qué
horror!», y la miró empequeñecerse en la trama urbana con el alivio de quien
sale a la superficie del agua a respirar.
Dejó su mirada perdida en el infinito hasta que se
sorprendió. La vio detenerse con otra mujer y se apesadumbró: «pobre víctima».
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Evolución
17.12.23
—Han tenido que pasar millones de años para que nos encontremos —le susurró.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
𝘚𝘵𝘢𝘳𝘨𝘢𝘵𝘦
10.12.23
Recorría la ciudad sumergiéndose en los contenedores de la basura buscando algo valioso, aunque tras sus inmersiones siempre salía con las manos vacías. La gente, entonces, comenzó a sospechar.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Terrón de azúcar
3.12.23
Alguien vino y me contó al oído esta historia:
«Sarmiento, ya no recuerdo su nombre porque la sonoridad de
su apellido y las rimas insistentes de los compañeros dejaron mayor huella en
mi memoria que su nombre, digo Sarmiento era un niño rubito, aseado, con un
rostro más aniñado que los del resto del grupo, aunque dotado de una cierta
malicia más bien era verbal, dado que su físico estaba limitado por una
estructura metálica que enjaulaba su pierna derecha, necesaria para poder
caminar con dificultad, aunque él intentaba hacer casi todas las diabluras que
el resto de los niños, ideando muchas de las gamberradas que los demás
ejecutaban, concebidas perversamente como para hacer ver, frente a su desventaja
física, la superioridad de su maldad, una especie de venganza frente a la
desgracia a la que el mundo le había sometido y que devolvía con creces, a
pesar de que, por su indumentaria, cuando en invierno vestía un elegante abrigo
negro al alcance de pocos, y por su modo de hablar, no parecía tener una vida muy
común con la nuestra cargada de penurias, cuanto que Sarmiento se mostraba
desacomplejado y exuberante, lo miraba y me daba pena al pensar cómo me
sentiría con esos hierros y las pesadas botas ortopédicas, más aún al saber
algo relacionado con un terroncito de azúcar pintado con unas gotas rojas que
nos daban a los niños y que él no tomó por descuido de sus padres».
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos