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Corrección

30.9.14



—¿Somos el espejo que omite la acción del otro?
—Sólo necesito observar lo que otros hacían o no hacían para hacerlo él o no hacerlo, las omisiones de los otros eran sus acciones y sus acciones las omisiones de los otros.
—¿Y eso nos aniquila?
—Todo hombre tiene una idea que en definitiva lo mata lentamente, una idea así que surge en él y lo persigue y que finalmente, más pronto o más tarde y siempre en medio de la mayor tensión, lo mata lentamente, lo aniquila.
—¿Y eso es necesario?
—Hay que llegar a todo por sí mismo. Uno no tiene ninguna tarea ni nada parecido. Tareas tienen los colegiales y los que obedecen a sus maestros.
—¿Y esos nos hace dudar señor Bernhard?
—Durante toda la vida huimos del diletantismo y siempre nos atrapa, y nada deseamos con mayor intensidad que escapar al diletantismo durante toda la vida.
—Y tenemos que seguir.
—Nos hemos resignado con el hecho de que, aunque la mayor parte del tiempo en contra de nuestra voluntad, tenemos que existir, porque no nos queda otro remedio y sólo porque una y otra vez, cada día y cada minuto nos resignamos de nuevo a ello, podemos continuar.
—Tampoco acompaña lo que nos rodea.
—La carencia de ideas del hombre es su muerte, y como muchos hombres carecen de ideas, carecen absolutamente de toda idea, no existen.
—Estamos condenados.
—No podemos elegir el lugar de nuestro nacimiento. Sin embargo, podemos marcharnos de ese lugar de nacimiento si amenaza aplastarnos, marcharnos e irnos de lo que nos matará si dejamos pasar el momento de marcharnos e irnos.
—Pero buscamos un refugio.
—Todo hombre quiere al mismo tiempo participar y que lo dejen en paz.
—Hasta estar solo.
—Se sabe que estar solo es mucho más agradable, pero por otra parte, no se puede estar solo.
—Estar solo es acostumbrarse.
—Cuando se está solo mucho tiempo, cuando se ha acostumbrado uno a estar solo, cuando se ha adiestrado uno para estar solo, se descubren cada vez más cosas por todas partes, donde para los demás no hay nada.
—Y lo que sentimos.
—Tus sentimientos no tienen valor si se te quedan dentro. Y tampoco tu protesta sirve de nada si nadie la oye, porque entonces te ahoga. Y uno palma. Eso tampoco tiene sentido. Por eso sale uno de casa y da a conocer su protesta.
—¿Escribimos para eso o para que nos premien?
—Desde hace quince años no acepto ya premios. Ni premios ni nada. Pero la mayoría son astutos, porque te consultan antes. Eso resulta idiota también, porque entonces buscan a otro. Los honores son de todas formas una idiotez. Sólo tienen sentido cuando no se tiene dinero o se es joven, o se es viejo y no se tiene dinero. Cuando se tienen medios de vida como yo, no hace falta aceptar ningún premio. Los honores son una insignificancia, algo absurdo. Sólo conozco a gente horrible que los reparta. Cuando me imagino a Canetti, allí en la escalinata, de frac, y el rey sentado ante su plato ya vacío… Nadie lo escuchó, pobre hombre.