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Abrazos

20.12.14



Julio Cortázar, en ‘Salvo el crepúsculo’, declara: «no aceptar otro orden que el de las afinidades, otra cronología que la del corazón, otro horario que el de los encuentros a deshora, los verdaderos». Será este tiempo de sombras o seré yo, pero noto en cada abrazo que la gente está como lastimada, quebrada de desconsuelo, y necesita más que nunca afinidades hacia sus sentimientos.



Rebosados

3.5.14



Cortázar, Julio, decía que «las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma». Es cierto, cuando el corazón es una copa vacía no lo llenan todas las palabras.



En la escuela

18.6.13



—Todo comenzó como un juego. Recuerdo la pedagogía cantarina con nos hacían aprender las palabras. Y como después todo se relacionó.
—En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra "madre" era la palabra "madre" y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba.
—En eso a mí las palabras me ayudaron mucho a ser de esa manera que tú cuentas Julio.
— Ya sospechaba de niño, que ponerle nombre a una cosa era apropiármela. No bastaba eso, necesité siempre cambiar periódicamente los nombres de quienes me rodeaban, porque así rechazaba el conformismo, la lenta sustitución de un ser por un nombre.
—Una manera de buscarse uno mismo en el laberinto de las palabras.
—La cultura es el ejercicio profundo de la identidad.
—Esa tantas veces incomprendida.
—No me perdonan lo que ellos no supieron.



Cortazianas*

1.2.09



Apoyaba mi barbilla en el cañón del CETME mientras oía la radio por los auriculares. Era la última guardia del inacabable servicio militar cuando la noticia me sorprendió en la garita y me revoleó contra la pared. Fuera llovía con la mansitud que sólo puede hacerlo en Galicia, donde la acuosidad cae con tristísima delectación. Dentro de mí también empezó a lloviznar y no escampó en muchos días.

Aún de noche amanecería al poco y, entonces, el día tendería a empeorar dado el impactante espesuramiento del boletín informativo en mis oídos. Lentamente el paisaje urbano se metalizó de azul.

Al terminar fui a mojar las magdalenas en la tristeza de aquel desayuno antes de acercarme al barracón. En el cuerpo de armas aflojé el cinturón y dejé las municiones y el fusil en la armería igual que quien deja media alma en su camino. Al llegar la camareta estaba vacía, inoportuna e injuriosamente. Se me cuajaron los claros de los ojos como queriendo llorar, pero sin lagrimear y comencé a escuchar un murmullo de voces en la soledad de la sala. La luz saltaba desde la calle general Alesón queriéndose comer la húmeda penumbra. En el exterior, la mañana llúvida aceleraba su ritmo de vida urbana y escolares volantones caminaban hacia la escuela aferrados a sus madres.

En Argentina engrupir significa hacer creer una mentira. Eso quizás fue lo que pasó en el parte radiofónico del 12 de febrero de 1984, rumié pensante, entre tanto terminaba el retén de vigilancia. Su muerte tenía que ser una falacia porque los inmortales nunca desaparecen. Nosotros sí que morimos en el acontecer de nuestra funda existencial, lo mismo que gusanos de seda que abandonan su ovillo vital y se transforman en sueño alado. El belgicano continuaría con su gargarizar de erres, flaco y barbado auditor de jazz. Una fama y un cronopio marcharían, cogidos de la mano, a coleccionar heterogramas.

Años más tarde me senté sobre una fría lápida de mármol blanco que cubrían rosas marchitas en Montparnasse. Encendí un cigarrillo y decidí contarle lo mal que lo había pasado en aquella amanecida. Sé que me escuchó, no más.






*Según la Patafisica este de febrero es un mes cortaziano